Los doce trabajos

Hoy, de nuevo regando del césped en horas de la tarde para aprovechar la humedad que reina en el ambiente. Pensé en la necesidad de llevar a cabo, de vez en cuando, trabajos que no impliquen marcadores de páginas, lápices afilados o computadores encendidos. Un trabajo que implique la separación del espacio por divisiones, y llevar el agua como trazando líneas, pendiente de la manera como el pasto cambia de color para comprobar qué tanto ha permeado el agua la superficie seca. Ya lo había pensado una vez, que me ofrecí en mi finca para pintar unos postes de una cerca alambrada, y darle unas manos de pintura a unas pesebreras abandonadas. Esa vez, era necesario primero aplicar el inmunizante para evitar ataques de insectos, y después dos capas de una pintura color madera, que a su vez era impermeable. Nunca he sido bueno para las manualidades, entonces pienso en trabajos que impliquen un esfuerzo físico y sentir el sol golpear en la cara. Quizás por esto siempre he sentido fascinación por la imagen del vaquero de finca risaraldense, que debe salir en la mañana a darle vuelta a la finca, contar el numero de novillos por lote, y quizás capar dos o tres novillos ya crecidos.
Pienso entonces en trabajos físicos por excelencia, y me vienen a la mente, sin esfuerzo alguno, los doce trabajos de Heracles. Pienso en los que implican animales, el jabalí, el león de Nemea, la hidra de Lerna, los pájaros de Estinfalo, el can Cerbero, etc. Pero el que desde siempre he recordado, por razones que acabo de describir, es la limpieza de los establos de Augía. El olor a la boñiga fresca me recuerda mañanas en las que, antes de las seis de la mañana, salía a ver el ordeño en mi finca, y eso que nunca me ha gustado la leche. Pero en ese entonces, como era apenas evidente, jamás maneaba a las vacas, y mucho menos las traía.
Una vez terminé de pintar las pesebreras, me asomé cuando ya el sol caía y vi su color refulgir en la tarde risaraldense. Desde entonces, siempre que almuerzo acompañado, le recuerdo a mi comensal: "Esas pesebreras las pinté yo", y a veces tiene más valor que decir ¨"Ése es mi blog", o "Éstos páginas las he revisado más de quince veces".

Comentarios

JML dijo…
Sí, por supuesto, amigo Hoyos, pero esas pesebreras que has pintado sólo tienen tus palabras para declarar su presencia. Es una lástima que no sepan hablar y que necesiten el momento eterno de tu relato para que le salgan los colores.

(precioso post: creo que lo he estropeado con mi comentario)
Camilo Hoyos G. dijo…
Muchas gracias por tu comentario. Y no, te aseguro que no has estropeado nada. Le has sacado a la entrada un color que no había visto.
ger dijo…
Las pesebreras que pintaste necesitan un retoque en tu proximo viaje y será entonces la ocasión de un nuevo articulo

Entradas más populares de este blog

Un viejo desnudo

El secreto de Emma de Barcelona

Esperando a Morfeo