Domingo en bus nocturno
Luego de ver el fútbol, intenté pescar un bus 59 que vi a lo lejos, con la gran dificultad de que debía correr hasta Plaza Cataluña. Los semáforos estuvieron de mi lado, y dos en rojo lograron demorar su paso. Finalmente llegué, justo cuando el conductor estaba cerrando la puerta. Me miró a los ojos-tenía pelo largo, demasiado largo para ser conductor de bus- y, con esa misma mirada, no detuvo su aceleración, dejándome solo en el paradero. Luego de maldecir un par de veces, vi que el 41 venía por la Ronda St. Pere, entones volví a respirar profundo, y corrí un poco más. Cuando llegué, el bus estaba debidamente detenido, y la puerta abierta. Menuda sorpresa me llevé al darme cuenta de que era el mismo bus que tomé en horas de la tarde. Reconocí al mismo conductor-calvicie pronunciada, anteojos metálicos, sonrisa ladeada- y no tardé mucho en comprender que él mismo me había conducido horas antes. Caminé hasta el fondo, y decidí sentarme en la misma silla que tomé en horas de la tarde. La coincidencia había ya tomado forma: el conductor del 59 no me quiso recoger para que así el mismo del 41 lo hiciera. Estuve sentado en la misma silla, receptivo, esperando la resolución a la coincidencia. No sucedió nada, o por lo menos no sentí que hubiera sucedido algo.
Es así como espero el brote de lo fantástico en la cotidianeidad.
Es así como espero el brote de lo fantástico en la cotidianeidad.
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