La inserción del otro tiempo

Para nadie es nuevo que es otro tiempo el que transcurre en nuestros sueños. Es evidente que existe una simultaneidad entre nuestro tiempo y aquél del sueño, pero eso no significa que compartan unidades y dimensiones. La misma noche en que hablamos de sueños, Miguel me comentó otro. Soñaba que estaba tocando guitarra mientras un amigo cantaba, en alguna típica fiesta de juventud. Recuerda haber tocado un par de canciones, una que otra melodía austera, y repentinamente totea una cuerda de la guitarra. El sonido interrumpe el sueño, y abre los ojos de inmediato. No hay motivo para alarmarse, puesto que este sueño dista del relatado anteriormente. Pero naturalmente, se busca una simultaneidad: se levanta de la cama, abre el estuche de la guitarra, para darse así cuenta de que se le había toteado una cuerda de su guitarra.
No importa si se trataba de la misma cuerda, o de la misma guitarra. Lo interesante, como ya se intuye, es la simultaneidad temporal del sueño-el crujir de la cuerda- con la temporalidad, llamémosla, real -la cuerda que se rompe dentro del estuche. ¿Cómo es posible que haya sucedido? ¿Acaso sabía Miguel de antemano, por algún extraño presentimiento, que la cuerda totearía en el exacto momento que él, en el sueño, la rasgaba entre amigos?
Existe la simultaneidad, pero no comparte la misma dimensión. El tiempo dentro del sueño transcurre, creo yo, de manera mucho más rápida: un minuto en la vida real puede traducirse en 22 horas dentro del sueño. La única explicación que encuentro-un acercamiento lógico que no priva la situación de misteriosa y fantástica- es que todo el sueño transcurrió en los microsegundos que le tomó al cerebro reconocer el sonido como una cuerda reventándose. Lo que pareció ocurrir en una veintena de minutos sucedió en realidad en menos de dos.
El no-espacio de los sueños requiere y necesita el no-tiempo que la acompaña--de lo contrario, los sueños no tendrían lugar (o, si se puede, "no tendrían no-lugar").

Comentarios

Anónimo dijo…
Mira que hace dos noches soñé con el fin del mundo. Pero no era un tiempo, sino un lugar al que se iba por elección propia. Salym había logrado estar allí tres meses y yo no me explicaba cómo. Yo estuve un par de horas y fue horrendo. Es un espacio sin aire, sin gravedad, púrpura, carnoso. Allí nadie habla porque no hay palabras. Y te vas deshaciendo de tus células que salen como globos de los brazos y los pies. Es una gelatina en la que flotas, nunca avanzas; te sostiene únicamente su placenta amarga y su olor a madre siempre a punto de parir.

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