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Mostrando las entradas de mayo, 2007

Bogotá

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En escasos 22 días viajo a Bogotá de vacaciones veraniegas. Es una extraña sensación, máxime sabiendo que no hace seis meses estuve allí. A medida que pasa mi vida en Barcelona, las distancias se van recortando, la lejanía asume distintas categorías, y veo en la lontananza los horizontes que antes no lograba dibujar con claridad. Al contrario de otras veces, vuelvo ahora con la tranquilidad de haber estado hace poco. Lo extraño todo en la misma medida en que lo contemplo como un hecho reciente, demasiado reciente como para ser pasado de página. ¿Cómo veré Bogotá, me pregunto? Desde hace unos meses he venido trabajando, inspirado en lecturas surrealistas y cortazarianas, en la mirada de la ciudad, en la mirada en la ciudad, y mis falsas pretensiones de flâneur en calles barcelonesas se resume a la expectación de la masa, al minucioso estado de alerta para dar con algo que sacuda, sucumba hacia y desde la realidad, para comprender un leve guiño desde un mundo invisible, desde distintas

El frío primaveral

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El frío primaveral, a la caza del calor que se anticipa a la llegada del verano. Ese frío atemperante, drásticamente dinámico por el viento que surca las calles, contemplado desde las terrazas que ya se empiezan a utilizar, metiéndose entre los dedos de los pies que sobresalen de las sandalias y las camisas de hilo que salen intempestivamente del armario, luego de haber estado clausuradas reposantes en ganchos de ropa, o debajo de chaquetas, sacos o gabardinas, abrigos, chalecos o chubasqueros impermeables. Ese frío que desciende del cielo azul cristalino (¿pero cómo es este azul? ¿alguien lo puede ver?), entre la luz que ha dejado su brillantez invernal, para ser de nuevo amarilla, portadora de calor: ese sol que ya comienza a calentar. Desde siempre me ha llamado la atención el frío primaveral porque no enfría el cuerpo. Misteriosamente, es un frío cálido, un frío epifánico, que nos recuerda la temporada que se avecina. Nada tiene que ver con su hermano, el frío invernal, ese frío mo

Un descuido repentino

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Cuando preparo lecturas para la tesis doctoral, siempre obro de la misma manera: a medida que voy leyendo, extraigo las citas más importantes, esribiéndolas de una vez en un programa especialmente diseñado por un amigo. Ayer, preparando El campesino de París de Aragon, hice exactamente lo mismo. Al terminar una sección del libro, luego de haber tipografiado una docena de citas, el computador se apagó repentinamente, sin explicación. No fue un problema de luz, ya que el computador de mi compañero de oficina seguía zumbando monótonamente. Al encender el mío, comprobé lo inevitable: no se había guardado el trabajo realizado. Fue así como volví sobre la lectura, y vaya sorpresa la que me llevé cuando comprobé que había omitido una cita, quizás la más importante de toda la sección. Fue una página que dejé de leer por descuido, porque pude haber dejado el libro abierto y al retomarlo, sin darme cuenta, continué con su lectura en la página siguiente-valioso contaste, el libro como un pasaje,

Un shuffle sentimental

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¿Qué es preferible cuando se utiliza el iPod, oír una playlist o activar el shuffle songs? Definitivamente, tiendo cada vez más hacia el shuffle songs, y las razones son variadas. Estoy casi seguro de que la selección de canciones no se debe a un azar absoluto, a un capricho desinteresado de la pequeña máquina acompañante porque nada tecnológico puede optar por esto, máxime sabiendo que el mismo aparato tiene un contador preciso de cada una de las canciones que oímos. Sin lugar a dudas, debe tener algún programa que permita hacer la selección de canciones dependiendo de un logaritmo, algoritmo, ecuación, no sé qué, y qué importa. Estoy seguro de esto. Sin embargo, siempre que activo el shuffle songs, me gusta pensar lo contrario, lo primera opción tan fácilmente rechazada, precisamente porque desconozco el funcionamiento interno. En esta medida, me gusta pensar que mi iPod (que, ahora que lo pienso, al contrario de las bicis que he tenido, carece de nombre ; sin lugar a dudas, habrá qu

A la oscuridad de la luz

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"La vida no es más que la comprensión de una imagen". Escuché esta idea en una clase ya hace un par de años, y desde entonces me ha sido completamente imposible librarme de ella. Vuelvo sobre ella, de nuevo: "La vida no es más que la comprensión de una imagen". La vida como proceso interpretativo, cuya finalidad (tanto de camino como de comprensión) es la adquisición del sentido de una imagen en particular. ¿Pero qué imagen? ¿Cuál de todas las posibles imágenes con las que nos encontramos cada día? Ese es quizás el primer paso en el sendero hermenéutico; primero, el reconocimiento de la imagen, saber cuál es, distinguirla de las demás, tomarla como "propia" y llevarla dentro suyo como se llevaría una llave o un simple collar de conchas marinas. Una vez reconocida, el lento y tranquilo diálogo- cómo está armada, qué secretos (así no sean resueltos) conlleva, de qué manera influye en nuestra vida (así no logremos saber el por qué), qué la diferencia de las o

Adiós a Viladomat

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Nada nos aterra más que un cambio de espacio. Los gatos-al igual que los hombres-, cuando entran en casa desconocidas, son fieles al suelo; reptan, en un acto en que tanto cuello, barriga y cola no se desprenden del piso. Es una reacción natural: no saben qué hay detrás del mueble, encima de la mesa, más allá de la lámpara. A medida que se relaciona con el espacio, empieza a caminar erguido, levanta la cabeza, sus orejas recuperan su "puntiagudez" de tal manera que se siente comprendido en el lugar. Luego de días, o incluso meses, se lanzará a la conquista de las alturas, y es entonces cuando lo veremos encima del armario de dos metros, desde la repisa del equipo de sonido, pasando de la cama a la silla con la naturalidad de un ilustre terrateniente. Los novillos, al contrario, cuando se cambian de potrero, tienen un primer impulso espectacular: corriendo en manada reconocen cada una de sus esquinas. Por lo general es necesario trasladarlos porque el potrero en el cual se enc

Cerrado por funeral

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Volviendo hace un par de horas de la uni, subiendo por la calle Comte d'Urgell, me encontré con un letrero en determinado local que me llamó la atención de manera inmediata. Al lado de la chapa metálica, en letra negra y grande, un letrero de la dueña: "Cerrado por un funeral. Abriré a la tarde. Disculpen". El "disculpen" estaba debidamente subrayado, haciendo un especial énfasis en el hecho de que contemplaba su ausencia como una falta apenas grave con sus posibles compradores de la mañana. A mí, que desconocía por completo el local, como un caminante más de la ciudad, se me participa en ese funeral que la dueña está atendiendo; tan importante debe ser que es necesario comunicarlo como causa rotunda de cerramiento, en la medida en que bien pudo haber puesto "El día de hoy abriremos en la tarde", o "El servicio será a partir de las 17h". Sin embargo, la dueña prefiere utilizar el singular primera persona, para así facilitar la comprensión del

Rastreando a Nadja

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¿Quiénes éramos nosotros ante la realidad, esa realidad que yo conozco ahora postrada a los pies de Nadja, como un perro retozón? ¿En qué latitud podíamos encontrarnos, entregados de ese modo a la furia de los símbolos, presas del demonio de la analogía, sintiéndonos objeto de solicitaciones extremas, de atenciones sigulares, especiales? ¿Cuál es la razón de que, expulsados juntos, para siempre, tan lejos de la tierra hayamos podido intercambiar ciertas visiones increíblemente concordantes en aquellos cortos intervalos que nuestro maravilloso estupor nos dejaba, por encima de los humeantes escombros del viejo pensamiento y de la sempiterna vida? Desde el primero hasta el último día tuve a Nadja por un genio libre, algo así como uno de esos espíritus etéreos a los que determinadas prácticas de magia permiten atraerse momentáneamente, pero que de ninguna manera podrían ser sometidos. André Breton, Nadja , Trad. José Ignacio Velázque

Al desocupado lector de blog

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¿Cómo llegaste hasta acá, desocupado lector de blog? Desde hace unos días instalé un contador, que me indica la hora y la procedencia de cada una de las visitas que ha recibido. Hay ciudades apenas comprensibles, como lo pueden ser Bogotá o Barcelona, pero luego está el terreno de lo ignoto, de la imaginación imparable, cuando veo otras visitas de El Hoyuelo, de Zaragoza, Lima, Entre Ríos y Caracas, etc. Ha caído alguna ciudad italiana, y también-para mi completo estupor- Dubai y algo de Lituania. Visitante fugaz, llévate un poco de esta lectura en tu camino incansable hacia el aniquilamiento del aburrimiento. ¿Qué te hizo tardar, qué te hizo darte tanta prisa? ¿Desde qué cuarto, desde qué hotel, desde qué parque vienes con tu desocupada mirada? ¿De qué color es tu aburrimiento? Después de todo, la carne sigue estando triste. ¿Quién eres, al otro lado de la pantalla? ¿Qué camino te trajo hasta este blog? ¿Acaso fue un link desde algún otro, acaso fue una entrada de google, acaso fue un

Magritte insólito

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Y luego, precisamente luego de esos ojos de vida muerta, de esa mirada que contrajo hasta al corazón más esquivo, apareció esta otra mujer insólita, también desconocida para mí. Hoy, ocho días después de la tormenta, volví a ella, y pasé de unos ojos llenos de vida , a unos ausentes, en contraste desaforado con la escena, ignorando esas otras aves que, indifentes a la escena grotesca y obscena, ya esperan ser devorados sin preocupación alguna, ya presencian el extraño ritual con un aire de testigo indiferente. Si bien la lengua de esta Jeune fille mangeant un oiseau de Magritte se confunde con la carne devorada, los ojos están precisamente fuera de escena . La sangre salpicada en los dedos y en el cuello marrón de una hasta entonces jeune fille inocente me producen un espanto completamente diferente al de la muñeca de Bellmer. Me intriga ese aire de nefasta indignación, de inercia demencial en el proceso de devoración, en esos ojos que pretenden apartar la acción de la pasión. Puede

Lady Ligeia

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El viernes en la mañana, mientras ojeaba el catálogo de la exposición La Révolution Surréaliste realizada en el Centro Pompidou entre marzo y junio de 2002, me encontré con esta suntuosa creación de Hans Bellmer, perteneciente al grupo de obras tituladas La muñeca , datando ésta de 1936-1938. La vi pronto, no debían ser más de las diez de la mañana, y desde entonces he venido pensando en la manera como debía introducirla a este espacio virtual. No pretendo disculparme, pero sí siento que el terrorífico embrujo sensual que sentí fue algo de lo que difícilmente me he podido librar en estos días. Encontré, sin haberlo pedido, todo el encanto del horror expresado una y otra vez por Poe en sus cuentos dedicados a diversas mujeres. Desde siempre he sentido una indescifrable obsesión por Poe; cuando me pregunto el por qué me siento completamente atraído, no puedo hacer más que concluir que lo que siempre busco en su lectura es precisamente la posibilidad mágica y horrible de ser, por lo meno

Thursday's Child

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Lord Henry, en The Picture of Dorian Gray , luego de pedirle a Dorian que toque un nocturno de Chopin, dice enfáticamente: "What a blessing it is that there is one art left to us that is not imitative!" (XIX) ¿Cómo comprender esta frase cuando escuchamos, por ejemplo, la banda sonora de una película? En otras palabras: cuando la escucho, ¿estoy pensando en la película, o en la música per se ? Hace poco bajé al álbum de Little Miss Sunshine , y se me hizo corto en la medida en que estaba esperando escuchar el pitido de ese bólido amarillo, la canción final, etc. Ergo: la película superaba con creces la banda. Sin embargo, siempre que escucho- y eso que lo hago mucho, muchísimo- la banda sonora de The Royal Tenenbaums , reconozco que estoy ante dos planos artísticos, que si bien pueden ser comprendidos de manera simbiótica, pueden ser gozados y sentidos sin los loops necesarios de la mutua comprensión. Me he encontrado casos particulares: Snatch, Lost Highway, The 25th Hour, po

Voyant

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El miércoles es la suspensión del péndulo en su estado más elevado: el instante de tomar la respiración para zambullirse dentro del agua gélida. Camino Barcelona los miércoles intentando encontrar una Barcelona oculta, una Barcelona romántica, una Barcelona insólita, un bosque cuyos senderos se bifurcan a partir de cada raíz, y una calle que devuelva a la capital del deseo sin necesidad de tomar una curva. Una Barcelona mística bajo la sombra del Sant Pau, una Barcelona ajena por María Cubí, una Barcelona desgarrada por las esquinas de Joaquín Costa, una Barcelona cuadriculada por la calle Aragón, una Barcelona señorial por Enric Granados, una Barcelona imposible por los confines de la Barceloneta, una Barcelona villana por Parallel, y una Barcelona pendular en las bancas del Parc de la Ciutadella. Caminar sus calles, atravesar sus pasajes desconocidos, recorrer las mismas calles a la altura del suelo en buses, tocando su superficie rugosa caminando, sintiendo el sonido de los carros

Un martes de luto

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Rimbaud debió haber muerto un martes. No me refiero a ese 10 de noviembre de 1891, meses después de que el carcinoma le amputara la pierna, y luego la metástasis le obstruyera el brazo derecho. No; ese Rimbaud era apenas un zombi. Me refiero al Rimbaud que atravesó esa noche en el infierno y que luego de haber intentado descubrir la alquimia poética, supo que su empresa era fallida, y de nada servía seguir caminando los oscuros pasadizos de la poesía. Es verdad que Une Saison en Enfer es un poema en prosa, pero esa no es toda la verdad: Une Saison es el melancólico testamento de aquél que creyó estar frente al absoluto, pero supo que no era más que un artificio venturoso. La alquimia de su verbo vivencial se redujo a una sencilla frase: "Moi! Moi quie me suis dit mage ou ange, dispensé de toute morale, je suis rendu au sol, avec un devoir à chercher, et la realité rugueuse à éteindre! Paysan!" Luego de haber intentado alcanzar el secreto del Alto, se ve resignado a trabajar

Una mañana cualquiera de lunes

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Esta mañana me despertó la lluvia. Es una deliciosa sensación, a pesar de la falta de luz. La mañana me recibió con la ventana abierta, y a través de las rendijas de la persiana se podía escuchar, con un suave tono monótono, una lluvia intempestiva, frágil, duradera. Cuando salí de mi cuarto tuve que revisar dos veces el reloj, porque la luz que había en la sala difícilmente parecía la de las nueve de la mañana de un lunes de primavera. Al fondo, la terraza con un aire gris. Al asomarme, debo aceptar que tuve una visión casi aterradora, porque no esperaba encontrarme con un cielo como el de hoy. Me encantan los cielos nebulosos en los que las nubes logran mantener su color metálico, su textura férrea, a la vez que logran desplazarse a velocidades increíbles. Las nubes no adoptaron ninguna figura, porque éstas eran indomables hasta para las similitudes. Éstas eran solo nubes. Corrí hasta mi cuarto por la cámara de fotos, y logré sacar éstas. Estaba esperando el momento en que el cielo s

Un domingo primaveral

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Las ciudades se conocen los domingos. Es entonces cuando vemos su verdadera cara, el séptimo día, libre de máscaras, sin movimiento, espacios transitados que ignoran el tiempo y las tareas oportunas. Conocemos las ciudades los domingos porque es el domingo el día en que en realidad sabemos quiénes somos, conocemos nuestras andanzas caseras o citadinas. En esta medida, es inegable que la ciudad es siempre un espacio interior: una puesta en escena que, como Narciso mirando su rostro en el lago, nos permite entender nuestras facciones. La ciudad es nosotros: somos uno solo con ella. Y esto sucede, aún más que el lunes, el séptimo día. Tuve que venir hoy domingo hasta la universidad para hacer unas impresiones tan largas que sólo pueden hacerse cuando no hay nadie en fila. Caminé desde mi casa hasta Plaza Universidad, donde está la estación de Bicing más cercana, y así poder dar con una que me trajera hasta acá. El domingo se siente en el aire: calles desocupadas, de vez en cuando el soni

Una esquina del Parc de la Ciutadella

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En el Parc de la Ciutadella, entrando por el costado que da con el final de Marques de la Argentera, encontré esta semana una escultura sumamente extraña, como lo son casi todas las fábulas griegas. Ahora en ambiente primaveral la escultura está rodeada por una atmósfera sumamente verde: desde la calle que dirige al párking hay un camino, a mano izquierda, formado por frondosos naranjos, encerrándola ópticamente en la distancia. Así, a través de las ramas que confluyen en el sendero, se vislumbra al fondo un círculo formado por 10 árboles, y uno más de dimensiones más pequeñas que, a pesar de tener un aire de intromisión, no atenta contra el orden general. Los diez-once- árboles forman un círculo perfecto en cuyo centro se encuentra una fuente, o eso parece ser, con aguas sucias. La fuente se encuentra debajo de la misteriosa escultura: un ave de grandes dimensiones, largas alas y pico largo y puntiagudo, posado encima de lo que parece ser un zorro, que a su vez parece estar en posició

La reproduction interdite

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En cada una de las oportunidades cotidianas, podemos optar por no obedecer ningún impulso ciego, y asimismo dejarnos llevar por una corriente modestamente misteriosa que implica necesariamente una pasividad absoluta en el momento de vivir. La imposible diferenciación entre el yo y el cuerpo nos permite imaginar un paraíso artificial, en la medida de entender lo material, lo corporal y lo biológico como un disfraz, una máscara que todos los días, en el momento en que se abre el telón-el abrir los ojos- nos encontramos frente a unas butacas de teatro desocupadas, una sala de cine solitaria. Podríamos llevar a cabo una representación que no es ensayo de actor filántropo sino precisamente una obra que es ensayo, prueba y error. Quizás de ahí la satisfacción absoluta, que cada día se renueva, de poder mirarnos al espejo. Ya somos cuatro, el yo de la imagen y el yo que se refleja, el cuerpo inmaterial reflejado y lo biológico que se presta. Quizás es esa precisamente el gran asombro y terror

Extrañando a Martina (2)

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Como el robo me privó de un transporte en ruedas, estos días me he venido acostumbrado a la nueva dinámica de caminar. Venía bajando por las Ramblas, y se me ocurrió pasar por el sitio exact0 donde Martina fue hurtada. Venía con este extraño presentimiento de que a) estaría en el mismo sitio, y que todo esto del robo no fue más que un pretexto para una entrada en el blog; b) que la vería por ahí parqueada. Ahora bien, todo el mundo se preguntará cómo sería posible encontrarla. Sencillo: por la cadena con la cual tenía asegurado el sillín. Es de un verde fluorescente difícilmente ignorable, que se ufana de carecer de sentido estético, y lo más probable es que el ladrón no la haya quitado ya que a) lo protege de gente como él mismo ; b) no tiene la llave, y para qué romper algo si funciona bien tal cual está. Caminé hasta el Palau de la Virreina y, como es apenas natural, no estaba. Caminé un poco más, pensando en qué hacer si la vería. Y sí, se me ocurrió algo: todavía guardo la llave d

Extrañando a Martina

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Antier, a eso de las nueve y pico de la noche, Martina me fue robada injustamente al frente del Palau de la Virreina. Regresabamos de un recital de poesía azteca, y la noche estaba medianamente caldeada: tuvimos que ver cómo un mesero de un restaurante perseguía a un hombre medianamente adormilado, gritando "¡Policía, policía!, tú eres un ladrón y no te temo". En medio de los gritos y la persecución, se incorporó en la discusión un hombre alto, fornido: no tenía nada que ver allí. Se dejó atraer por el barullo, y el mesero, inteligentemente, se le apartó, sin siquiera mirarlo a la cara, diciéndole: "No me toques". Luego una pareja de novios venía en un gritería silencioso, ella botando al piso un saco, un vaso de algo, y con lágrimas en los ojos. Ella iba a caminando con paso firme y resuelto precisamente hacia donde Martina supuestamente estaba parqueada. En el camino, un niño recostado en un árbol, mirando desafiante a la familia: "Pues me quiero perder, y m

Un divertimento pasajero

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Ahora voy en el tren dirección Cambrils, recibiendo la velocidad de espaldas. Salió a las 3pm, y dada esa atravesada hora, decidí venir antes y así comer algo, sin preocupaciones de ir tarde o demasiado pronto. La idea fue sensata: hacía mucho tiempo que no comía en McDonalds, y cuando salí de comer un menú BicMac las filas de la taquilla estaban completamente abarrotadas de pasajeros recién salidos del trabajo. Luego fue pasar el billete por la máquina, bajar las escaleras, esperar que los pasajeros del aeropuerto se embarcaran en el tren anterior, y entonces llegó el que estaba esperando. Por lo general son dos tipos de tren: aquél que tiene bancas largas, para dos o tres personas por fila, y el otro es el de sillas particulares, dos en cada lado, tapizadas en azul rey y contrastadas con un cabezote naranja primaveral. Éste, de la misma manera que opinará el resto de la humanidad, es mucho más cómodo, y dicha sentí cuando lo vi aproximarse. Luego fue buscar asiento: por lo general pr

El Olimpo Literario

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Encontrar el pico más alto del más profundo abismo, y una vez allí, en la altura o en la profundidad-que será lo mismo- preguntarse si se cree en Dios. Las posibilidades, como siempre, son variadas: creo no creer, no creo creer. Si la respuesta es afirmativa, entonces el espacio es legitimo: existe el pico más alto del más profundo abismo. Si la respuesta es negativa, entonces no existe la poesía, no existe el arte, precisamente porque creer en Dios posibilita cualquier creencia artística. Aquél que cree en Dios creerá también en la existencia del personaje literario, del modus vivendi a partir del arte, de las correspondencias entre el mundo visible e invisible, de la ars poética como laberinto a atravesar. Suena descabellado, claro, ¿pero acaso no lo es pretender que un poema ha sido escrito para uno mismo? Los ateos han ignorado por siempre que Dios es padre, hijo y espíritu santo del arte, precisamente porque es su más perfecta y hermosa construcción. Dios, en cuanto a creación ar